El amor todo lo puede… Todo lo vence (relato sobre nuestro hermano)
Nuestro hermano es un vencedor. Se levantó del espanto del alcoholismo, la dejadez y el desprecio por amor así mismo y tal vez más: por amor a sus hermanos.
Nos lo decían, lo observábamos y qué podíamos hacer; quiénes más que nosotros podían sufrir su decadencia y paulatino suicidio (porque es verdad que hay otra forma de matarse, día a día). De aquel muchacho hecho de una sola pieza, fuerte y orgulloso estaba quedando muy poco. Comenzaba a bailarle la ropa y los calzados de tanto desgaste físico. Estaba a nivel de mendigo y no pensaba en otra cosa que en la bebida.
Mientras nosotros, sus hermanos, subíamos en educación, trabajo, ascenso social y prestigio, él iba cuesta abajo, como si nada valiera, como si los dones que recibimos les fueron negados. Mamá, Papá, todos sus hermanos, estábamos contrariados. Por qué él, por qué a él… Si todos venimos de un mismo techo, de una misma raíz y de unos árboles de abundantes frutos morales.
Surgimos y ascendimos, gracias al empuje de nuestros padres, cuando tantos de nuestros amigos y parientes se quedaron en las mismas condiciones de donde vinieron. Sí, no hemos dejado de ser ejemplo y admiración de los hogares que nos circundaban. Referencia para tantas personas. Pero ahí estaba nuestro hermano, cual oscuro lunar en medio de las virtudes. Acurrucado, en la intemperie, con frío y hambre, pasando su embriaguez. “Hagan algo por él”; “Lo vimos pidiendo para beber”; “Debe dar vergüenza un hermano así”; “Tenéis unos hermanos profesionales, honrados, disciplinados y vos nada sois”.
Cuántas veces se le aconsejó, cuántas palabras afectivas o contundentes para que reflexionara; hasta una carta nuestro padre le escribió para que se recompusiera. Pero nada. “Esas son las juntas (acompañantes) que no lo dejan levantar cabeza”. Como siempre pasa, nos prometió dejar el alcohol y como siempre pasa, no honraba sus palabras. Por el contrario, se hundía más: se bañaba muy poco, usaba la misma ropa o cuando ya estaba insoportable de sucia tomaba sin pedir permiso la ropa de cualquiera.
“Nosotros bebemos, pero no llegamos al extremo de tu hermano”, decían sus amigos de farra, que resultaron ser también nobles amigos, aunque afectados por el mismo vicio. Y sí, tomaban menos, comían más y podía estar días sin beber. Nuestro hermano no. Ya solo había que esperar el puntillazo final: intoxicación mortal por alcohol, cirrosis hepática, convulsiones, locura, el golpe mortal venido de una discusión callejera o de unos impíos que lo molieran a palos porque “este borracho no debe tener familia”.
Y llegó el desenlace. Me despertó, me dijo que lo ayudara, mostrándome su espalda llagosa, que ahora sí dejaría de tomar. Le creí, se lo comuniqué a mis hermanos y un día después, de vuelta del trabajo, fui con quien es mi esposa a buscarlo en el mercado, donde ocasionalmente laboraba con nuestro padre. Qué terrible fue verlo con una botella de cerveza en la mano. Y ante mi rabia y dolor y frustración, esto me dijo: “No te preocupes mi hermano que esta es la última vez que tomaré”.
Lo acompañamos a un centro asistencial donde un generoso médico quedó pasmado con la edad que tenía y la que aparentaba: “¡Si este hombre es de 40 años!”. Se le hicieron los exámenes y se le diagnosticó una severa enfermedad de la piel, aunque de todo lo demás milagrosamente estaba bien: glicemia, tensión, hígado, estómago, corazón, pulmones, todo le funcionaba normal pese al alcohol. Mi hermano siguió al pie de la letra el tratamiento, soportó esos terribles días, meses y años de abstinencia sin siquiera abrazar una religión o asistir a Alcohólicos Anónimos.
Han pasado 22 años de aquel encuentro. Nuestro hermano, con el apoyo de todos nosotros (el viejo había partido después de mamá) ha cumplido con su palabra. No ha vuelto a probar un solo sorbo de alcohol y se encuentra saludable. En este trayecto volvió a retomar el uniforme, la pelota y el bate. Sus hijos lo quieren, sus nietos lo rodean y sus hermanos (nosotros) lo admiramos, y para su círculo de amistades es un hombre con un enorme poder de voluntad.
“Ninguno de los amigos que bebían conmigo están vivos”, dice, y en lo hondo se percibe su tristeza. Ellos, por desventura, no tuvieron la suerte o el destino de tener una familia que los entendieran, que los auparan y amaran incondicionalmente. Y qué cosa, mi hermano nunca dejó de compartir largos ratos con ellos, viéndolos pasarse trago tras otro, metido allí con el vicio, pero sin dejar que el vicio lo volviera a tocarlo. Jamás dejó de visitarlos, aconsejarlos y asistirlos en su lecho de enfermos.
Y así ha permanecido invulnerable frente a la tentación.
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El amor todo lo puede… Todo lo vence (relato sobre nuestro hermano)
Reviewed by Alejandro Domecq
on
3:29:00 p.m.
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Hermoso testimonio de familia y de un hermano que se abrazo a esa familia
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