Una estatua así debe levantarse en Caracas
Crearon la leyenda urbana de que el dólar saboteaba al bolívar y dañaba a la economía venezolana.
Tuvieron la cachaza de echarle la culpa a una página virtual (DólarToday) que monitorea el comportamiento de la moneda venezolana con respecto a la divisa estadounidense, e incluso acusaron al “dólar cucuteño” (que rige el mercado colombiano en la frontera con Venezuela) de alterar el valor de cambio del depauperado “simoncito”.
En su disparatada batalla de odio contra el verde billete, intentaron alternativas como darle preferencia en el mercado internacional a la moneda china o a la rupia hindú, mientras que a la par, internamente, inflaron al papel nacional con el “bolívar fuerte” y el “bolívar soberano”, quitándoles ocho ceros, para crear la ilusión de una moneda repotenciada y competitiva. Todos esos experimentos, lógicamente, terminaron en estrepitosos fracasos. El dólar siguió señalando el rumbo transaccional en Venezuela.
Hasta que vencidos por la realidad, un buen día, sin rubor alguno, el mandamás venezolano admitió que el dólar estaba ayudando a reflotar la economía del país. ¡PUM! Se acabaron así las peroratas de sus seguidores. Los loros repetidores no han vuelto a mal hablar de la divisa extranjera. El dólar no jodió más. Todo lo contrario, paradójicamente vino a salvar al régimen de su inminente naufragio, por cuanto si no fuera por las remesas que envían los venezolanos desde el extranjero, ya hace rato que la nación caribeña hubiera explotado en mil pedazos. Los que están afuera, más de 5 millones de connacionales, mantienen a flote a sus familiares y las economías locales.
No podía ser de otra manera. Llevar a la banca rota a la industria petrolera por un capricho ideológico, desmantelar la principal fuente de ingreso de la economía venezolana (el petróleo representaba más del 90% de entradas en divisas) significó la verdadera raíz de las epilépticas devaluaciones del bolívar y de la hambruna de la población; aparte de las expropiaciones y persecuciones contra la empresa privada, que terminaron por reducir al mínimo el tejido productivo. Era fácil deducir que un país que no produce, simple y llanamente tendrá una endeble economía y por extensión un signo monetario igualmente precario.
Por ello, en vez de mandar a derribar esculturas de colonizadores españoles y rebautizar avenidas con nombres vernáculos, los líderes del “Socialismo del siglo XXI” debieran decretar la construcción de una réplica de la famosa estatua de Nueva York, con la única diferencia de que el brazo levantado enarbole el dólar yanqui, en gratitud a su salvador.
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