La carta que papá hubiese escrito a su padre
Cómo encabezar esta misiva… No puedo escribir “Querido padre” porque sería ejercitarme en la hipocresía.
No sé por qué
ahora, después de tanta ausencia tuya, te recuerdo. Me tiemblan las manos y
sudo como aquel día en que, obediente a mamá, fui ante ti con enorme vergüenza
para que me regalaras un par de cotizas que urgían mis pies desnudos. Las que
tenía se habían desgastado en los caminos polvorientos del pueblo que, desde muy
niño, recorría con una batea en la cabeza repleta de las arepas que la viejita
hacía. Y los pantalones cortos que recorrieron tu vista tenían tantos parchos
que era imposible adivinar su color original.
¿Sabes? Esperé
con el sueño del niño sin juguete que volvieras a la casa con mi petición, tal
como me lo habías prometido. Mientras tanto me llené de valor para cumplir con
la venta del día. ¿Has caminado descalzo sobre la arena caliente, emboscado por
las espinas del verano? ¿Has aguantado las burlas de los otros muchachos que no
entienden de dolor y sacrificio? Ahora, como señal de aquellos tiempos, le
muestro a mis hijos el hundimiento que la pesada carga hizo sobre mi testa. Fue
tal que podía bailar una rumba sin que se me cayese.
Y no obstante recién
me he enterado que te mencionan en el libro de la historia del pueblo como un
prohombre, un digno ciudadano que ayudó a los más necesitados; que estabas
presto a socorrer a las viudas y darle pan a los niños. Que en fin colaborabas
en lo que sea sin pedir nada a cambio. ¿Cómo pudiste alumbrar el vecindario y
dejarnos en tinieblas? Explícame ese raro adagio que encarnaste de “Ama a tu
prójimo más que a tu hijo”.
A estas alturas
de la carta, de seguro que debes estar incómodo, y quizá muy molesto, como la
vez en que ya hecho hombre vacié una cerveza sobre ti; y que enseguida te
levantaste dispuesto a golpearme por tamaña afrenta. Y cuando justamente nos
íbamos a los puños, mediaron unos atónitos acompañantes. Esa fue la última vez
que nos vimos. ¿Te acuerdas?
Pero aguanta
otros chaparrones. ¿Qué se siente no conocer a los nietos? ¿No darle un abrazo,
o un buen consejo como probablemente repartías a los demás? ¿Puedes dormir “a
pierna suelta” sabiendo que eres tan pésimo abuelo como lo fuiste de padre?
Me han informado
de tus precariedades, que te atenaza una soledad de decadencia. Y me lo
imagino, pues no debe ser placentero venir a parar en un asilo porque no hubo
nadie que te acobijara. ¿Dónde quedó tu siembra en los otros? Te juro que en mi
casa jamás faltarían manos para abrazarte y atenderte.
Y pensar que esta
misiva tuviera otro contenido, lleno de amor y agradecimiento, si tan solo te
hubiera visto llegar con las nuevas alpargatas.
Atte.
Un padre que sí ama a sus hijos.
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