He cometido robo
Creo cada vez más que el suicidio no es un acto de cobardía, sino todo lo contrario: un ulterior desenlace del valor. Y en no pocos casos el tributo al remordimiento de conciencia, incluso a la recuperación de la moral en el último aliento.
Digo esto pensando en @WillyMcKey: el talentoso escritor venezolano que el mes pasado se
lanzó desde las alturas de una empinada ventana en Buenos Aires, en lo que
pareciese un episodio de mea culpa, tras
un secreto revelado por Pía (@mckeyabusador), adolescente en ese entonces, de haber tenido encuentros
sexuales con él.
Pensé en McKey cuando
confesó “He
cometido estupro” (para
luego vengarse de sí mismo), qué clase de sociedad fuera Venezuela si
cada político en el poder hiciera lo propio al descubrirse sus fechorías… He cometido robo, y acto seguido, de uno
en uno, o de dos en dos por si les falta coraje, se fueran lanzando al vacío
desde los altos edificios gubernamentales, donde fraguaron los fraudes y
desfalcos en contra de la nación y de los venezolanos. Sería una sociedad que se auto limpiara de sus langostas depredadoras, capaz ella de
regenerarse y proseguir su curso por una justicia y prosperidad para todos.
Pienso en McKey, y también
en los otros nombres. De él, convengo, que le hizo un grave daño psicológico y
moral a una chica, mas, entiendo que aquellos ocasionaron un abominable y
despiadado infortunio a millones de venezolanos, al convertirlos en mendigos o
errantes de una malavenida revolución.
Sin embargo, paradoja humana, la conducta del escritor parece causar más
escozor en algunas pieles.
Quisiera nombrarlos, pero
no sería justo si quedaran ciertos pillos y pillas por fuera. Además, son
tantos y tantas (insisto en los dos géneros como les gusta sermonear), que
prefiero dejar que los actos de los Enchufados
chavistas hablen por sí solos…
“El monto de dinero público robado en Venezuela por unos cuantos individuos conectados al régimen chavista entre 2003 y 2015 asciende a más de 385.000 millones de dólares, con base a cálculos conservadores, y podría llegar a $529.000 millones si se considera la totalidad de las divisas no enteradas por Petróleos de Venezuela (PDVSA) al Banco Central, concluyen dos reconocidos investigadores sobre la base de cifras oficiales”, apunta Redacción El Estímulo, a propósito del ensayo de los expertos en finanzas internacionales, Boris Ackerman y Rosana Sosa.
“Para entender las causas de dicha ruina, es necesario comprender la razón que llevó a Venezuela a tal catástrofe, que en nada tiene que ver con causas naturales, ni con situaciones en los mercados de materias primas, sanciones económicas o presiones externas, cita dicho portal las palabras de Ackerman y Sosa, quienes además de las desviaciones de fondos de la estatal petrolera en desmedro de la inversiones y mantenimiento de sus instalaciones, suman el ‘control de cambio’, que significó ingentes ganancias a camaradas y allegados con el otorgamiento de dólares preferenciales.” “En órdenes de magnitud se trata quizás del mayor saqueo patrimonial del cuál ha sido objeto país alguno a lo largo de la historia”, sentencian.
“Concursos que parecen supervisados pero resueltos
después de la firma del supuesto supervisor. Empresas que se repiten entre los
aspirantes, que resultan ser del mismo dueño y que se van presentando o
retirando a discreción. Plazos de presentación de ofertas que se alargan en el
último momento sin que todos los llamados a participar sean informados. Sobres
que se abren, se miran y se vuelven a cerrar y aquí no ha pasado nada. Así,
hasta 2.092 millones de dólares (unos 1.720 millones de euros) en contratos
públicos”, son parte de los trapos
sucios que hace unos días sacó a la luz ABC (Así
se saqueó Pdvsa) que ocurrieron
entre 2009 y 2015, con la participación de Maduro desde el 2011 en la
directiva petrolera, y que hace que los supremos nacionalistas y
antiimperialistas, expoliadores de todo lo que valga en dólares, tengan que
revertir la estatización petrolera por una nueva y discreta entrega de
contratos en una vuelta a la privatización (Maduro
ponen en venta a Pdvsa).
Y hay mucho más. Contratos de todo tipo sin
licitaciones de por medio, entregados a dedos, como quedó develado en el
escandaloso caso Odebrecht, cuyas
obras en más del 80% no se terminaron, sobrefacturación en otras tantas, así
como en maquinarias y equipos (algunos usados o simples chatarras pero vendidos
como nuevos), pintaron buena parte del extenso paisaje herrumbroso del país,
signado por el saqueo y la trácala.
(…) “Y el chavismo, mientras tanto, fiel a la
tradición cubana, insiste en la narrativa del bloqueo, juega al melodrama y
trata de victimizarse”, sostiene el eximio escritor venezolano Alberto Barrera
Tiszca en su artículo La revolución de los ricachones, para redondear su idea en el párrafo subsiguiente… “Las
sanciones son su único argumento. Pero ya han demostrado que no les importa la
realidad de la población, lo único que les importa es su permanencia en el
poder”.
Y qué decir de la infeliz y despiadada ola de expropiaciones
en Venezuela que asoló a
miles de empresas privadas de ciudades y campos, cuyos dueños en su mayoría no
fueron indemnizados, tratándose más de una política de confiscación, sin compensación
alguna, al margen de la declaración de utilidad
pública que prescribe la Constitución y en favor de un capricho ideológico.
En su obra Exprópiese, los autores venezolanos Anabella
Abadi M. y Carlos García Soto citan el informe de Transparencia Internacional sobre las empresas estatales, en donde “se advierte que entre 2001 y 2017 el Estado venezolano pasó
de ser propietario de 74 empresas públicas a 526, ya sea por vía de creación o
expropiación (…)”. Muy por encima de las estatizaciones de Brasil y Argentina,
países más grandes territorial y poblacionalmente; pero lo peor: todas, con
Pdvsa y Corpoelec al frente, arrojaron cuantiosas pérdidas.
Abadi y García sostienen: “Las políticas de control, sumadas a errores de planificación y la impericia de los gerentes de las empresas públicas, se ha traducido –al igual que los Socialismos clásicos del Siglo XX (…)” en (i) un creciente sector público con problemas de producción y necesidad constante de subsidios, en detrimento del sector privado; y (ii) una disminución de la diversidad de productos, escasez “crónica”, inflación y el surgimiento de mercados negros”.
Todo lo cual incidió en el deplorable estado de los
servicios básicos, como salud, agua potable, electricidad, gas doméstico y
transporte. Aparte de las miles y miles de personas que se quedaron sin trabajo
tras el cierre total o parcial de las fábricas y comercios, y la huida al
extranjero en los últimos años de más de 5 millones de venezolanos, casi todos
aguijoneados por el hambre, como si procedieran de un país del Medio Oriente inmerso
en la guerra. Y, la estocada final: los sueldos pulverizados por la devaluación
incesante del bolívar, que está al borde de su extinción.
Entretanto, no pocos funcionarios y ex funcionarios
con el dinero robado se han dado la ‘Dolce Vita’ en medio de la catástrofe
venezolana. A la fecha de hoy – mayo, 2021- todos sabemos que la miseria en
Venezuela es tal, que superó al eterno país pobre de América: Haití. Ha de
recordarse siempre que la corrupción genera miseria, dolor, llanto y muerte,
aun mucho más que las guerras.
“Los extranjeros veníamos de lugares empobrecidos,
desolados por la guerra y las dictaduras, y había una sensación de haber
llegado a la tierra de promisión. Y claro, había esperanza y motivos para
sonreír. Eso contrastaba con los rostros adustos a los que yo, seguramente sin
percatarme, estaba acostumbrada. Muchas veces he vuelto a rememorar esa
sorpresa, de la que fui consciente años después. Ahora esa experiencia es
imposible. ¡Cuánta tristeza da caminar por las calles de Caracas, y de toda
Venezuela, y cruzarse con rostros macilentos, perturbados, amargos, de miradas
extraviadas, como un gran muestrario de orfandad y miseria!”, expone la profesora
universitaria María Pilar Puig, inmigrante española y nacionalizada venezolana
en La literatura
venezolana no ha lidiado bien con la tragedia.
El niño y el anciano que
se acuestan con hambre, el educador, el ingeniero o el médico que solo comen
migajas y lucen zapatos gastados; el paciente que muere de una simple
enfermedad por no poder comprar el medicamento, o por falta de asistencia
hospitalaria, o los que, como ahora, padecen y perecen por el coronavirus,
todos, en fin, víctimas directas e indirectas del saqueo de los dineros de la
nación, ¿no son motivos suficientes, más que los de Mckey, para que les rebulla
la conciencia y digan He cometido robo? Y
si no tienen el valor de lanzarse al precipicio, podrían reivindicarse con un
acto que sería inédito en la historia universal de la corrupción: devolver por
propia voluntad lo que no les pertenece.
Pero la impostura y codicia
se los impide; ellos, como los tipejos que son, prefieren fumarse un habano, que tal vez encienden con
billetes de cien dólares, mientras miran por la ventana las cenizas de un país.
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