El riesgo de ser “el tercer hombre”
No, como han podido ver en la imagen, no se trata de esa tercera persona tan recurrente en el cancionero popular que se mete entre una pareja o matrimonio sin que uno de ellos lo sepa, al menos por un tiempo, y cuando llega la hora ahí se arma el sampablero o el zafarrancho (otros prefieren hacerse los locos y llevan la procesión en paz).
Pero inciso aparte, de lo que se trata es del llamado árbitro, director de combate o más apropiado al boxeo, réferi o referí (el acento queda a disposición de cada quien, según las normas gramaticales), quien tiene la misión de hacer cumplir las reglas sobre el cuadrilátero y sancionar al que la infrinja. Es, pues, como un director de orquesta que debe tener todo concertado para que la música salga bien afinada.
Mas, en el ring no se trata precisamente de música para los oídos del réferi (a mi me gusta más ponerlo en esdrújula) ni de los antagonistas, sino del ensordecedor bullicio de los alrededores y esos golpetazos a los pabellones auriculares que dejan zumbando los oídos de los púgiles (por eso mismo con el tiempo a muchos se les pone las “orejas de coliflor”, u “orejas de papa”, según el argot popular). Este que escribe sabe lo que es eso, pues recibió un guantazo femenino en la oreja izquierda (¿te acuerdas Esmeralda de los guantes del tío Carlos?). ¡Imagínense si el golpe hubiera sido de un boxeador!.
Bien, volvamos al título... El pobre réferi y réferi pobre (ya veremos por qué de esto último) lleva sobre sus espaldas la tarea ya dicha de monitorear y controlar las acciones sobre el ensogado, de moverse finito y en perfecto equilibrio cual saltimbanqui en la cuerda, porque de lo contrario, o recibe un piñazo de uno de esos peleadores que no cesan de tirar golpes (Chaplin lo ilustra humorísticamente en The Champion, 1915) o si se apresura a detener la pelea y aún el golpeado está entero, le cae la maldición de la mayoría con todo y mentada de madre.... Y si en cambio se demora en parar el pleito, lo tildan de asesino y piden de él su cabeza (¿y ahora quiénes son los carniceros?), o que renuncie, o más bien que lo echen a patadas y le clausuren la licencia.
Por eso no hay nadie más serio que un referí de boxeo; él sabe a pie juntillas la grave responsabilidad en la que está metido (esas gotas gordas de sudor son más de preocupación que de brega) y sabe como nadie que aunque actúe a la perfección no va a recibir un solo aplauso, una sola palmadita en el hombro (al menos no de los fanáticos) y sí, invariablemente como una letanía, el refunfuño de su mujer que una vez más le recrimina lo poco que gana y “es mejor que te pongas a trabajar a tiempo completo de taxista”.
Un réferi, si tiene suerte, a lo sumo ganará unos 10 mil dólares por una especie de “Pelea del Siglo”, y eso sucede en cada aparición del cometa Halley, es decir que muy probablemente al tercer hombre se la vaya la vida devengando unos 500 dólares por cada pelea, que escasean de paso en estos tiempos de pandemia, cifra enjuta e injusta si ya sabemos el peligro que corre en el ring y de una que otra fanaticada alterada que le quiere cobrar la derrota de su ídolo. ¡Qué diferencia con los pugilistas estrellas! Mayweather se embolsilló 82 millones de dólares y Pacquiao $ 55 millones de los verdes en la ‘pelea de la centuria’ en 2015.
De allí que eso de meterse entre dos, tal el réferi de mediador en un combate, es como el crimen “que no paga” o se paga demasiado caro (hasta con la vida) en el caso de los amantes furtivos.
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El riesgo de ser “el tercer hombre”
Reviewed by Alejandro Domecq
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12:04:00
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