Pásame la marihuana que quiero aliviarme


Hace más de 30 años visité a una preciosa anciana que se recuperaba de una enfermedad en una clínica del Zulia, Venezuela. La señora Matilde, desde su lecho, en uno de los giros que siempre dan las conversaciones, me dijo y lo reproduzco casi textualmente: “qué cosa, allá en Colombia cuando éramos niños, mi papá nos daba un poquito de marihuana para que se nos calmara el dolor de estómago, pero ahora la toman para drogarse”. Traigo esta anécdota porque la ONU aprobó el uso de la cannabis (nombre científico de la planta) con fines medicinales.

Me pareció extraordinario ese comentario de la doñita, cuyo hijo Orlando fue (que yo recuerde) mi primer amigo de infancia, y el mayor, Carlos (Carlitos para sus íntimos) trabó una bonita amistad con mis hermanos. ¿La marihuana sirve para curar? Me dije en mi crasa ignorancia, como se hubiera extrañado también otra persona, y que escandaliza a muchos con la decisión por mayoría de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de reconocer sus propiedades curativas, en sintonía con la OMS (Organización Mundial de la Salud) que realizó un extenso estudio sobre esa matica de hojas estriadas que tanta adicción causa a millones de personas y repulsión al común de los habitantes del planeta.

La resolución de la citada instancia internacional, que no deja de ser controversial, se tomó luego de que pasasen casi dos años desde que la OMS certificó la utilidad terapéutica del cannabis y recomendaba retirarla de la lista IV (donde figuran las drogas más nocivas, entre ellas la heroína) pero mantenerla en la lista I (psicotrópicos adictivos bajo prescripción médica, como la morfina), y por extensión prohibirla para ingesta recreativa, según informaron las agencias de noticias.

“Los países de la UE -excepto Hungría- junto a otros como Argentina, Canadá, Colombia, EEUU, México, Uruguay y Ecuador han respaldado seguir el criterio científico de la OMS”, dice la agencia EFE, y añade que no obstante Rusia, China, Brasil, Pakistán, Cuba y Venezuela, entre otros, advierten “que relajar ahora el control del cannabis envía el mensaje equivocado en un momento en el que algunos países, como Canadá o Uruguay, han legalizado la marihuana violando tratados internacionales”.

Ese mismo día de la noticia (2 de diciembre de los corrientes) The Associated Press o AP se hizo eco de un suceso que luce inaudito: Abuela con cáncer terminal pasó sus últimas horas fumando marihuana con su nieto. “El mejor porro que he fumado”, escribió Jeremiah Pollock en Facebook, refiriendo que su abuelita “padecía de un cáncer terminal que se había extendido por todo el cuerpo y ya no respondía a los tratamientos de quimioterapia”. El nieto, que reside en Denver, visitó a la anciana que estaba residenciada en Chicago.

Años después de aquella visita a la señora Matilde, a mi padre le recomendaron una sustancia a base de marihuana (o mariguana) para sus dolores en las piernas, pero imbuido como estaba del uso que le daban los antisociales, su prohibición y penalización, optó por otra alternativa menos riesgosa, sin costo alguno y al alcance de su mano: cogollos o brotes de mata de mango, que, tras macerarlos y colocárselos de cataplasma le aliviaban muchísimo.

La anatematizada marihuana, cuyo veto impulsó el consumo clandestino y por consiguiente persecuciones, golpizas, decomisos y encarcelamientos, fue tomada por capos del narcotráfico que se han lucrado  por medio del mercado negro, dejando una estela de atroces asesinatos. Pero ahora, tras un giro radical, puede adquirirse en algunos países sin ocultamiento ni acoso policial, lo que le quita parte del negocio de alucinógenos a los desalmados mafiosos. No con esto quiero decir que estoy totalmente de acuerdo con su venta libre para el uso recreacional, sino de que si de todos modos no se va a dejar de consumir, es preferible que se haga bajo los parámetros legales y sus compradores no se expongan al peligro de bandidos, de la especulación, y al señalamiento intransigente de la sociedad.

Seguramente en esos países ya se les está dejando de decir de manera despectiva marihuaneros/mariguaneros, o drogadictos, y se les vea como quien compra una cajetilla de cigarrillos o una botella de licor, que al fin y al cabo no dejan de ser productos nocivos y adictivos. Probablemente también aquello de “Dame un pase de marihuana que quiero ennotarme” (algo así como que desea entonarse) o “Pásame la marihuana que quiero aliviarme (o curarme)”, se empezarán a percibir tan normal a que se dijese “Quiero una Coca-Cola para refrescarme”.

Mi recordada doña Matilde fue la primera en enterarme del rostro positivo de la marihuana, su aporte para aliviar dolores, y que ahora la convención de la ONU, en correspondencia con la OMS, reivindica oficial y mundialmente para su uso medicinal.

Las cosas cambian una vez que la ciencia descubre algo y rompe mitos y prejuicios, como en el caso de la marihuana que comenzará a mirarse con otros ojos por la mayor parte de la humanidad.




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