Mamá por qué no hay comida
Gabriel tiene ocho años de edad, pero su cuerpo se ha reducido hasta el punto de tener la talla de un niño de cinco años. Igual que él, hay miles, tal vez millones haciendo la misma pregunta. No se imagine usted que hablamos de un muchacho de Somalia o de otra región africana, ni tampoco de Haití; vaya usted a Venezuela y quedará atónito con la hambruna que asoma sus uñas en una nación volteada hasta la miseria y la inanición.
Era Gabriel un niño como todos, andariego, vivaz, feliz, en lo que toca al muchachito de barrio que no le falta el juguete roto, el trompo, la metra o el volador papagallo; quien se subía a los árboles y hablaba con los pájaros y silbaba igualito a ellos. Y de tanto llamado y regaño de la madre, bajaba con un verdiamarillo mango que muchas veces guardaba para después de almuerzo. No tenía él más deber que estudiar y hacer los mandados de la casa.
Pero todo comenzó a cambiar de a poquito y luego de a mucho. La quincena empezó a reducirse a solamente comer lo más básico; los realitos que sobraban para el pancito, la paledonia o el ‘cepillao’ de la merienda dejaron de aparecer en la mesita del abanico (ventilador), y la alcancía, donde la madre metía la cuchilla en la ranura para sacar los bolívares de los pasajes, dejó de sonar en la barriga del cochinito de plástico. Eso a él, en su cabecita de cabello negro, le parecía muy extraño. Pero todo se aceleró tanto por la mega inflación devoradora que en pocas semanas se dejó de desayunar y el almuerzo y la cena se redujo al plátano con arroz y la arepa con mantequilla, y después al plátano solo y a la arepa sin más nada y de seguida a unos bocados de poco valor nutritivo. El mundo se le vino encima a Gabriel y a su mamá... A la inmensa mayoría de los venezolanos, que se quedaron sin trabajo o con salarios muy por debajo de la cesta básica.
Gabriel dejó de ir a la escuela mucho tiempo antes del coronavirus, por la falta de alimento y de dinero que ya no hace falta para el transporte (los vehículos que prestaban el servicio desaparecieron por la escasez de combustible), y debilitado como está qué podía asimilar de las enseñanzas de la maestra, quien, milagrosamente, acudía con su desteñida ropa, zapatos desgastados y sin un pan en el estómago. Tampoco Gabriel pudo trepar más la mata de mango; la mira con nostalgia y solo está a la espera de que vuelva a cargarse del precioso fruto para llevarse algo a la boca, en tanto los pajaritos vuelan y le trinan a su alrededor en un intento de reanimarlo y de que le devuelva el saludo.
La madre lo observa desde la ventana rota y sabe que Gabriel le va hacer la misma pregunta; ella calla, y se deshace en llanto; cómo explicarle que unos aventureros ideológicos llegaron al poder con ínfulas de mejorar los entuertos del país, que lo tuvieron todo para lograrlo, y sin embargo hicieron lo contrario: destruir lo que aún servía, despilfarrar las inmensas riquezas tanto materiales como humanas, robar a manos llenas y dejar en el suelo a toda una patria.
Gabriel se levanta a duras penas del desvencijado taburete, sonríe a las avecillas (o eso parece), amaga con un silbido, más lo que le sale es un hilillo de saliva que baja por las comisuras de sus labios...
Sin dientes solo los pájaros pueden silbar...
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Mamá por qué no hay comida
Reviewed by Alejandro Domecq
on
19:12:00
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