Maduristas se internan en clínicas y aíslan a venezolanos a su suerte

Ni de vaina que se van a hospitalizar en los sanatorios públicos; mucho menos se les ocurrirá pasar el coronavirus en los hoteles o espacios habilitados para ese fin. Ellos no caben allí, son de otra casta; requieren obligatoriamente de los mejores cuidados y de la mayor asepsia posible, y suspiran aliviados que no hayan acabado con las clínicas privadas como sí lo hicieron con la mayoría de las empresas particulares y públicas. ¡Ah!, allá, en esos tenebrosos hospicios, carentes de recursos, van a parar como leprosos desesperanzados, trágicamente solos, el resto de la población.

Uno oye por los noticieros tradicionales o por los medios digitales, día a día, que tal personero de la dictadura venezolana se contagió de COVID-19, y los propios afectados salen al aire hablando de que se someten a un estricto régimen de curación y, no sin cierto ademán patriótico, enarbolan que le ganarán la batalla al letal virus. Nunca dicen dónde están hospitalizados, pero sí pregonan que junto al protocolo médico también ingieren remedios tradicionales, como para disimular sus privilegios e igualarse de algún modo con los pobres venezolanos que no tienen para comprar ni siquiera una aspirina. 

Son los mismos que blasfeman contra Páez y Santander, que tienen a Bolívar y a Guevara en sus altares (símbolos de la revolución) pero son fieles al estilo de vida de los primeros nombrados, y, como ellos en su tiempo, una vez terminada la guerra contra el sistema vigente, cobraron por los servicios a la patria, se enchaparon de oropeles y aspiran igualmente a morir feliz en su tierra o en el exterior. Para los dictadores venezolanos el socialismo es una masticadera de chicle, una palabra que suena bien, hasta allí. Lo que les importa es igualar en la miseria a la población para sojuzgarla por siempre y disfrutar ellos y su entorno de su propio capitalismo salvaje, hecho a su medida: su verdadera y criminal ejecutoria. 

Mientras Bolívar dejó su aliento y fortuna en su afán libertario, y el ‘Ché Guevara’ se fundió con los menos favorecidos en la brega por levantar una nación; en tanto pensaban más en sus ideales (equivocados o no) y salieron de sus fronteras a enseñar caminos; que entregaron sus vidas sin más ropa que la que cargaban puesta, los santanderistas y paecistas de nuevo cuño no quieren otra suerte que disfrutar de sus años dorados hamacados entre palmeras, sin pensar en sus fechorías como lo hicieron a su manera los próceres y nacionalistas antibolivarianos. 

La historia universal está llena de ejemplos infames, aun así quedará para la posteridad latinoamericana la mayor hipocresía generada por una ideología política, vociferante de la igualdad y justicia social, aunque convertida en la praxis en una pavorosa llama que arrasa con todo un país y sume a sus pobladores en mendicantes del siglo XXI. 

Helos allí, en la más abyecta farsa, señalando con el dedo a nación extranjera de los males de la república, a otros países, a los opositores de aquí y de allá, sin plantearse jamás la mea culpa. 

Y para qué, si navegan en la opulencia. 

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