Papá allá hay algo que se parece a una computadora...
Mi hijo, que entonces tendría unos cinco años, volvía intrigado de un estante que estaba a pocos metros de la barra del restaurante donde yo departía con su madre y sus tías. Tomó mi mano y me haló para decirme: “Papá allá hay una cosa que se parece a una computadora”.
Fui con él y en efecto ahí permanecía imponente e inmóvil con sus numerosos botones numerados y su palanquita cromada, como si nos invitara a que la manipuláramos. Me pareció que sabía mucho más que todos los que estábamos en la estancia del restaurante, como un viejo caballero pensativo. ¿Qué es eso, papá?, me increpó Diego, seguro que yo daría la respuesta. Sonreí más a lo que tenía enfrente que a mi hijo, como si esa cosa y yo guardáramos el secreto, y le contesté que ese aparato es una antigua máquina con la que se escribía cuando no se había inventado la computadora. Satisfechos los dos, volvimos a la barra y dejamos al viejo amigo en su silencio de sabio.
He traído tal anécdota (a propósito del Día del Periodista en Venezuela), porque ese episodio me ha dado vueltas durante años sobre cómo las cosas pueden convertirse en objetos de museo en un tiempo relativamente breve. Habían pasado poco más de diez años desde la última vez que mis dedos y la máquina de escribir se hermanaban para estampar, en el fragor del apuro, hileras de letras negras sobre una hoja de papel blanco, siempre al compás de un coro de sonidos secos, cuya monotonía solía romper el canto agudo de la campanita al deslizar la manilla.
Y justamente me he tropezado con el libro ‘Buenas y Malas Palabras’ (tomo II, 5.ª edición, 1978) de Ángel Rosenblat, que lleva el recuerdo y la nostalgia aún más atrás de la máquina de escribir:
“Dice Ortega y Gasset que el emblema del escritor es la pluma; no la estilográfica de metal, sino la ligera pluma de ave. Y que por eso lo escrito debe ser alado como la pluma, y no pesado como el plomo. ¿No se puede decir lo mismo del periodista?"
“¡Ay, el periodista ya no escribe con la pluma! La máquina, con su pesado martilleo, suplanta el rasguear nervioso y febril de la pluma, que a veces escribía sola, movida por la inspiración. Quizá hoy el emblema del periodista sea la hoja de papel, la volandera cuartilla de las redacciones. La inocente hoja en blanco, que se va a llenar de Dios sabe qué cosas negras y coloradas, y en los talleres se va a metamorfosear en plomo. ¡En el temible plomo!"
“El plomo es enemigo del periodistas aún más que del escritor. Hay grandes libros que pesan como el destino, es decir, más que el plomo. Y son grandes. Y hay que sorberlos y paladearlos gota a gota, para no perder una sola. Pero el periodismo no tolera esa clase de grandeza. Todo tiene que ser rápido, ligero, alado. Porque su lema, en todo el mundo, es: ‘Nada es más viejo por la tarde que un periódico de la mañana’”.
Este último párrafo tiene hoy una vigencia pasmosa gracias a las veloces computadoras y las omnipresentes redes comunicativas, que permiten explorar los hechos noticiosos en el instante en que se producen o en tiempo real.
Ellos, Ortega y Gasset y Ángel Rosenblat, añoraban la pluma; yo, como otros, no olvido la vieja máquina; y las nuevas generaciones, cuando ya no sean tales, suspirarán por la computadora en caso de que un nuevo invento logre suplantarla.
Entonces un niño, como lo hizo ayer Diego, preguntará a su padre qué es eso que tiene pantalla y teclado.
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Reviewed by Alejandro Domecq
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12:12:00
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