Maduro aspira vencer el coronavirus para salvarse de Trump

Maltrecho él y sus secuaces ante el cartelito estadounidense de ‘Se Buscan’, por sus aparentes vínculos con el narcotráfico, Maduro se juega los últimos lances en su empeño de mantenerse en el poder. Uno de ellos es ganarle la batalla al COVID-19, que le cayó como anillo al dedo justamente cuando Venezuela se quedaba sin gasolina y se presagiaba una protesta masiva. El coronavirus, usado como arma política, significaría enviar una señal muy positiva al mundo de que el régimen tomó a tiempo las medidas necesarias contra la plaga, en contraste con los Estados Unidos; de allí el por qué la propaganda da cuenta todos los días de los contagiados y muertos en los Estados Unidos, no sin una sádica y encubierta satisfacción.


Hasta este domingo, Venezuela presentaba 153 casos confirmados y 7 fallecidos contra 327 mil 253 casos certificados y 9 mil 302 muertos en Estados Unidos, la más alta de América. Las cifras son publicadas día a día por los operadores políticos del neodictador con toda intención propagandística, y dejan bien claro, por los momentos, quién ha sido más eficiente  contra esa pandemia. En la medida que los números siguen ‘in crescendo’ negativamente en la nación norteamericana, y entre los venezolanos persista la trayectoria plana del virus, los mismos constituyen un bálsamo para los sostenedores del socialismo del siglo XXI, y será sin duda exhibido como una inmensa pancarta, de continuar esa tendencia.

Pero hay que ponerlo todo en la balanza. En la justa medida. El alarde de éxito madurista contra el coronavirus tiene su razón de ser en factores ignominiosos. Venezuela tiene una economía agónica, y un pueblo empobrecido, tras la devastación sin precedentes de empresas públicas y privadas con Petróleos de Venezuela a la cabeza, que tenía ya agotada sus reservas de gasolina cuando se presentó la infección mundial. Con muy pocas plazas de trabajo y un salario que no  alcanza para comer tres veces al día, más de cinco millones de venezolanos abandonaron el país, mientras que de los 25 millones restantes, la mayoría dejó de disfrutar de paseos y salidas distractivas. Es por ello, que desde hace algunos años las calles y avenidas de Venezuela lucen desiertas, principalmente los fines de semana. El venezolano promedio ya estaba confinado antes del coronavirus.

Con una población diezmada y virtualmente sentenciada a tener “la casa por cárcel”, el neodictador y sus asesores comprendieron que esa era la gran oportunidad para capear el temporal que se les avecinaba. Bien sabían que  con un sistema sanitario sin medicamentos, hospitales sin personal ni camas, más un factor terrible como la escasez de gasolina, no les quedaba de otra que anticiparse a la mortandad y al caos colectivo que se les venía encima; en consecuencia, presurosamente declararon la cuarentena nacional. Pensando, eso sí, más en la sobrevivencia del régimen; y por ello terminaron de ponerle el último candado a una población que ya estaba semi encerrada. Claro que los venezolanos agradecen de todas formas las medidas tomadas alrededor del confinamiento, y muy fielmente han seguido al pie de la letra las precauciones pertinentes, como salir las pocas veces a la calle con el tapabocas casero que hicieron con sus propias manos. Así, resultaba a todas luces lógico que los mandamases rojos pudieran enfrentar la peste con mayor probabilidad de controlarla.

Por el otro lado, figuran los demás países americanos con Estados Unidos al frente, que tras estallar los gérmenes contagiosos estaban en plena producción, con sus economías en movimiento y sus ciudadanos con capacidad adquisitiva como para disfrutar de recreaciones, compras y comidas en restaurantes; ciudadanos impulsores del turismo interno y externo, fluyendo entre las naciones. Por lógica que ese bombazo del coronavirus les iba a afectar mucho más que los habitantes de Venezuela; está “de cajón”, como dicen los mismos venezolanos, que gobernantes y conciudadanos de los otros países iban a resistirse al enclaustramiento, y con ello privarse indefinidamente de su ‘modus vivendi’, traducido en calidad de vida. Era simplemente razonable, en lo que cabe, que para tales sociedades no era fácil detener la economía, mandar a la gente a sus casas y cerrar de ipso facto las fronteras. Y de allí se explica el por qué los mandatarios de Estados Unidos y otras naciones trataran de minimizar el impacto y las secuelas del COVID-19. Aunque no se justifica que tanto Trump como el brasileño Bolsonaro afirmasen, desmedidamente, que se trataba de una “gripecita”. Ahí están las consecuencias, Estados Unidos en el norte y Brasil en el sur tienen los más altos números de contagios y muertes. Y, por lo tanto, esas cifras envanecen y le dan aliento a Maduro.

En resumen, esa es su gran apuesta: vencer al coronavirus y emplear ese relativo éxito como bandera política en su ilusión de no salir esposado hacia los Estados Unidos.




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