El beso y el abrazo de Alberto desde su nostálgica lejanía
Encontré una carta amarillenta por
los años. Reposaba, como para hacerse más nostálgica, dentro de un vetusto y
polvoriento baúl. La abrí y databa de 1969 y mientras leía, escuchaba al mismo
tiempo una voz desde la lejanía que me daba la sensación de ser la misma voz que
escribió la misiva. El remitente se la enviaba a sus padres y hermanos de
Venezuela, y estaba manuscrita con pluma fuente y en letra corrida, perfecta y
clara que solo puede adquirirse por el viejo método palmer, o por el tozudo
empeño de una maestra de llevar con paciencia la mano aún inhábil del aprendiz.
Houston, Texas, EE.UU, 28 de
diciembre de 1969
Queridos padres y queridos hermanos:
Les saludo con
todo mi corazón y espero que se encuentren bien. Les envío esta carta que al
redactarla, mucho me ha servido de desahogo.
No me he acostumbrado a este país por más que
tenga tantas bondades, por más que me abrió sus puertas; así haya encontrado
aquí una mejor formación, una nueva vida y me prepare para un buen trabajo. Sí,
es verdad, ser agradecido forma parte de los valores que ustedes me inculcaron
y, en consecuencia, no paro de decirlo y de retribuir a la vez esa hospitalidad
incondicional, aportando trabajo, esfuerzo, constancia y honestidad.
Pero quién
puede deshacerse de los apegos familiares, de su querida infancia, del Dios te
bendiga, de la callecita sin pretensiones, de la vieja casa, de los amigos que
recordamos, de esa patria nuestra. Cómo puedo desprenderme de los olores de tu cocina,
mamá, confundido con tu propio olor, y de las vueltas que tú, papá, ansioso
dabas, mientras ya nosotros, los hijos, estábamos sentados en derredor de la
mesa.
He hecho denodado
esfuerzo por no acordarme del cuarto donde los siete hermanos nos lanzábamos
trapos, y ya asaltados por la adolescencia nos sumíamos en el estudio... “José ¿qué
quiso decir Bolívar con eso de ‘Moral y Luces son nuestras primeras necesidades’?
Que seremos ignorantes e indeseables si no somos honrados y no estudiamos”.
Precisamente,
en estos días, pasó por el frente de la residencia donde me hospedo, una mujer
tan parecida a mi maestra de la escuelita
paga que retrocedí 20 años atrás. Bonita, perfumada y al mismo tiempo muy
exigente, mi maestra de las primeras letras y números, toma la cartilla del abecedario
y, apuntando con sus largas y pintadas uñas rosadas, me dice: “Haber... diga A
de Amor, B de Burro... V de Vaca y así hasta llegar a la Z de Zorro, que me
producía una confusión pues no aparecía el famoso Zorro de la película sino un
animalito peludo y de cuatro patas. “Ese no es el Zorro maestra, no tiene la
capa ni la espada y le falta el antifaz”. “No niño, aquí no se refiere a ese
personaje, este es el Zorro de verdad”; pero yo me quedaba sin entender. Un día
de adulto unos amigos me convidaron a visitar a la maestra Nelly que estaba ya en
sus últimos días, pero me negué a verla; preferí recordarla eternamente bella
con su voz melodiosa y de perfecta dicción; preferí dejarla intacta en mi
memoria con sus largas y rosadas uñas estampadas en sus preciosas manos.
¡Ah! ¿Ven
ustedes? Me distraje en mi antigua nostalgia, pero es en este momento donde al
recordarlos, la distancia duele como un amor que no se volverá a ver o que
nunca volverá a florecer. Eso pienso, desde aquí, y me estremezco cuando miro los
fogonazos y escucho la rotunda voz de los fuegos artificiales que estallan en
el cielo; esos estrépitos que ustedes sienten también desde allá, provocados
por la cercanía del Año Nuevo.
¿Cuándo
estaré entre ustedes? ¿Acaso será aquella vez, en la que salí rumbo a lo
desconocido, la última ocasión? Los pensamientos negativos no se guardan nada
para zaherirme con sus garfios mentales, casi mortales. Creo a veces agonizar
de tantos recuerdos, sepultado de tantas cosas que viví junto a ustedes y ahora
me hacen padecer. Sería preferible no tener memoria, quedarse sin ella, estar
sin ella, mientras no se reanude el reencuentro.
Ahora sé lo
que se albergaba en el alma del italiano Vittorio cuando su mirada se extendía hacia
el horizonte mientras unas lágrimas le bajaban... “Venecia, Venecia, mia terra
natale”.
Mamá, Papá,
hermanos, balbuceo estas últimas palabras como en el tiempo que las pronunciaba
por primera vez, y es porque ya mi pulso tiembla y me cuesta sostener la pluma...
Un beso y un
abrazo infinitos les envío, hasta que, lo quiera Dios, nos volvamos a ver. Feliz
y Próspero Año 1970.
Alberto
En esa época
del pasado siglo, Alberto era uno de eso poquísimos venezolanos que vivían en
el extranjero, traspasados por la espada insufrible de la nostalgia. Hoy son
millones de ellos distantes de su patria, terruño y hogar; privados de lo que
más quieren.
A las
puertas del 2020, copiemos el beso y el abrazo infinitos de Alberto, y soltémoslos
para que retumben muy dentro de los lejanos corazones.
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El beso y el abrazo de Alberto desde su nostálgica lejanía
Reviewed by Alejandro Domecq
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18:02:00
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