EMIGRAR: Testimonio de venezolanos sobre triunfos y fracasos ¡NO DEJES DE LEER!



“Me voy del país” es la frase que más resuena en la Venezuela clase media y algunos de clase baja quienes la tienen menos fácil, pero que igual se arriesgan. Los de clase baja no tienen mucho que perder, pero si van enfocados tienen mucho que ganar, los de clase media y media alta en cambio, si tendrían mucho que perder y poco que ganar si van mal enfocados. En esta entrega traemos el testimonio de venezolanos que lo explican perfectamente.

Janina Martínez es una joven zuliana de 32 años, egresó de la Universidad Rafael Belloso Chacín (URBE) como Licenciada en Administración de Empresas y tiene ya 6 años en la República  Dominicana,  no sin antes pasar por Panamá un año.

Su esposo se fue primero a Panamá y cinco meses después salió ella. Como la mayoría de los jóvenes profesionales en Venezuela, su salario cada día menguaba más y financiarse una vivienda ya era más una utopía: “No teníamos nada, así que sin tener nada no estábamos arriesgando mucho, tomamos la decisión antes de que la cosa se pusiera como actualmente en nuestro país. Comenzamos a preparar nuestros papeles, para lo cual hay que llenarse de paciencia y contar con dinero y suerte para que todo salga rápido y bien. Vendimos el carro, juntamos dinero de nuestras liquidaciones, compramos unos dólares y arrancamos. No fue fácil, nada fácil, contamos con nuestros padres que nos ayudaron económica y anímicamente”.

Horacio Rivas tenía un negocito de reparación y venta de accesorios para celulares y otras cositas que vendía en el Centro Comercial Lago Mall, al norte de la capital zuliana de  Maracaibo. Hace seis años, sacó sus cuentas y tuvo más pérdidas que ganancias. Horacio sí se arriesgó sin medir consecuencias. No lo pensó mucho para venderlo todo, carro, casa, negocio, todo y se fue a Panamá. Se asoció con un buen amigo, también zuliano y se fueron con una meta en común: Montar un taller de latonería y pintura para lo cual se contactaron con una persona en Panamá que tenía las maneras de impulsar el negocio. Al menos tenía el local donde funcionaría el taller y la ilusión se fue haciendo realidad en un parpadeo, pero…

“Cuando vas por primera vez afuera y desconoces a profundidad como manejarte siendo inmigrante eres blanco fácil del tramposo, del mala gente, del que te usa para sacarte algo de provecho para su propio beneficio y luego te da un punta pie. Eso nos pasó y fue tenaz, porque de entrada no tuvimos esfuerzo alguno, vivíamos reyes, en casa del dueño del local en un townhouse con piscina y todos los lujos en la mejor zona de Panamá, no pagábamos por el local y hasta cometimos el ‘error’ de traernos a un carajo de Maracaibo para ayudarlo a él y que él nos ayudara y nos echó tremendo carro”.



Wilmary Morales es una ‘muchachita’ de solo 20 años. Ni siquiera terminó de graduarse en Venezuela, luego de pensarlo, tomó la decisión junto con su novio y partieron con rumbo a Chile por tierra, una travesía bastante dura e incierta. Afortunadamente, su novio tiene familia en Santiago y ello representaba un alivio, sin embargo, no les iba a ser sencillo adaptarse.

“Lloré muchísimo cuando ese autobús arrancó, fue un viaje muy largo y muy cansón, pero no todo fue malo, nos dimos la oportunidad de conocer y de tratar de disfrutar el recorrido. El paisaje es muy bonito, pero fue duro. Ya en Santiago y luego de asentarnos como corresponde, comenzó el proceso de buscar trabajo. Es muy complicado para el que no es profesional, porque las ofertas son de mesero, de vendedora, de hacer trabajo de limpieza, y cosas así, es duro, tu vida cambia radicalmente, porque si antes podías pensar en rumbear los fines de semana y estudiar con aquella comodidad con que lo hacías en Venezuela, aquí tienes que pensar es en trabajar y trabajar y ahorrar lo más que puedas, privarte de muchas cosas, tragar grueso y pensar que aquí viniste a hacer sacrificios”.

Entre triunfo y fracaso una línea muy delgada

“Existe una línea muy delgada entre el fracaso y el triunfo de un inmigrante, todo comienza por los valores del hogar y sus raíces. Al salir eso debe estar muy claro. La débil personalidad es blanco fácil y su balanza se inclinará siempre al fracaso”, comenta Janina Martínez.

“Trabajé en Panamá en una tienda de mascotas, mi buen desempeño como administradora, mi puntualidad, mi responsabilidad y seriedad me valieron un rápido ascenso y me gané la confianza de mis jefes, pero al mismo tiempo, y sin proponérmelo, la envidia me rodeaba. Las Panameñas me miraban mal por dos razones, una porque siempre estaba hermosa y arreglada y dos porque mi desempeño era tan bueno, que se sintieron desplazadas, con eso tienes que lidiar, lo peor que puede hacer un inmigrante es presumir, yo jamás lo hice, salía a trabajar igualito como lo hacía en Maracaibo y a quien me miraba mal o quien me trataba mal, tragaba grueso y les regalaba una sonrisa, les ofrecía mi mano y eso me valió hacer más amigos que enemigos, el triunfo del inmigrante está en su actitud, más que en su aptitud”.

Horacio relata con tristeza lo que se siente cuando un compatriota se convierte en tu peor enemigo fuera del país: “Nos llevamos de aquí a quien considerábamos el mejor latonero y luego de semanas, hizo negocios sucios con otros carajos en Panamá y nos traicionó, hasta se robaba pinturas y otras cosas del taller, nos causó serios problemas, se asoció con otros venezolanos que le lavaron el cerebro, unos tipos de mañas, unos ladrones y nos malpuso con el dueño del local, la cosa terminó en fracaso. Nos tuvimos que mudar, pasamos mucha roncha y al final decidimos partir a otra parte, mi socio venezolano se regresó al Zulia y yo no pude, yo vendí todo, casa, carro, bienes, todo, eso fue mucho peor ¿A qué me iba a volver a Venezuela, a ponerme una mano delante y otra atrás? Eso es lo que arriesgas cuando decides irte para no volver, eso debes tenerlo claro, si te vas para volver o si te vas para no volver y si te vas para no volver, saber cómo actuar para que nunca te veas en la necesidad de volver y no tener nada, como me pasó a mí”.

El sociólogo Alí Ruiz concuerda con la percepción de nuestra primera consultada: Los valores y la personalidad son vitales para la vida fuera de tu país.

“Lidias con todo, afuera hiedes. Al inmigrante siempre, entiéndase bien, siempre lo van a etiquetar, en cualquier parte, sea o no la mejor persona del mundo y con eso se debe lidiar. En el extranjero debes agudizar tus cinco sentidos, al tomar la decisión de irte debes estar muy, pero muy enfocado, si vas desenfocado, sin objetivos y metas claras, fracasas”.

"No se trata -destaca- de ir a cualquier país con la mente colonizadora, no se trata de ir a colonizar a los peruanos, chilenos, colombianos, ecuatorianos, panameños, ni de que ellos asuman nuestro modo de vida muy particular, se trata más bien de que nosotros estamos en el deber, sin perder nuestra esencia, de amoldarnos a sus modos de vidas, porque estamos en sus tierras".


Ruiz advierte que “por lo mismo que eres inmigrante y a sabiendas de la situación en tu país, los extranjeros te ven como el usurpador, el invasor, el que viene a quitarle el trabajo y el pan de la boca al dueño de casa y en el caso del venezolano hay dos elementos que destacan: Por una parte, el venezolano se ha convertido en el más grande fanfarrón del mundo fuera de Venezuela y buena parte de venezolanos van a otros países a vivir con las mañas con las que vivía aquí y se dan tremendos golpes, pero además, en el caso de las mujeres, las venezolanas por bonitas y arregladas atraen miradas y eso genera un sentimiento de envida y animadversión en el anfitrión, en la anfitriona en este caso, así que para bien o para mal, en el extranjero no debes olvidar que tú eres el visitante y que debes siempre estar ubicado y tratar de adaptar tu conducta al sitio donde estas, el bajo perfil es lo mejor en estos casos, siendo de bajo perfil logras muchísimo, cambiar la altivez por el altruismo”.



Cuidado con el facilismo y no te vuelvas carga

Hay que tener claro en cuáles condiciones se emigra. Quien emigra con mucho dinero como para hacer grandes inversiones y con suficiente aval como para no preocuparse por el tema económico, incluso si le toca volver a su país de origen, ese no debería tener problemas y advierte Ruiz que "de ese tiene que cuidarse el emigrante de clase media o clase baja, porque lo busca para usarlo, perjudicarlo y sacarlo del camino". 

El experto destaca que el "compatriota" generalmente se convierte en rival: "Van a lo mismo, se supone que van en busca de trabajo, comida y tratar de vivir bien y en esa búsqueda otro de tu misma tierra se hace tu rival, es inevitable, y en tal sentido, se debe tener bien abiertos los ojos, porque en quien menos debes confiar es precisamente en quien puede rivalizar contigo".



Horacio Rivas cuenta como fue víctima del facilismo: “ Cuando llegamos a Panamá, como conté, bajamos en casa del socio mayor, un townhouse de lo más lujoso, nosotros casi no comprábamos nada, había de todo y cuando el negocio empezó a producir, nos dedicamos a conocer las discotecas, a gastar en fiestas, cerveza, a comprar ropa y vainas que en Venezuela ya no podíamos comprar y cuando vinimos a ver no teníamos nada ahorrado, así que cuando vino la debacle nos golpeó más duro.  Lo que fácil viene fácil se va, esa fue la enseñanza, así que los últimos días en Panamá fueron de hambre y trabajo, fue un fracaso total”.

El experto Alí Ruiz destaca que el inmigrante, por lo general, se convierte "en una carga" para el país que lo recibe: "a menos que esta persona se amolde y se haga pieza clave en la fuerza de trabajo, el inmigrante siempre será una carga, un problema adicional a los que ya vive el país que lo recibe y así siempre será visto, por eso, al salir, debemos tener bien claro que ya de por sí somos una carga, hagámosle al anfitrión más liviana esa carga hasta que deje de serlo y nos convirtamos en soluciones. El desespero de muchos coterráneos fuera es tal que por ejemplo, el éxodo a Colombia para aparcar en canchas deportivas en busca de una casa es una verdadera tragedia, no solo para el que emigra, sino para el país que te recibe.

"Cada cual -agrega Ruiz- sale y debe saber cuál es su meta. Hay para todos los gustos y no todos pueden darse los gustos. Hay quienes salen pensando en derrochar, en hacer negocios fraudulentos, en juntarse con la mafia, el narcotráfico, el contrabando para sacar dinero fácil y muchos ignoran los riesgos que ello supone y otros van con otras ideas, todo está en saber muy bien cuál es nuestra condición".

Añade que "todo extremo es malo. Tampoco la idea es ir con el objetivo de convertirse en esclavos del trabajo y desgastarse física y mentalmente solo en trabajar y no dejarle tiempo a la distracción, a la sana distracción que es un elemento intrínseco en la vida de las personas, todo está en hallar el equilibrio".

Humildad y ponerte en el lado correcto

“En Dominicana –comenta Rivas- así como en cualquier otro país tienes dos opciones de amistad y de ambiente, una es la de juntarte con los bebedores de aguardiente y despilfarradores, esos que nunca tienen nada, porque todo se lo gastan un fin de semana, esos que siempre los ves aparentando, pero que viven hasta con ropa prestada y el otro ambiente es el de la gente que sabe llevar una calidad de vida. Yo me uní a un grupo de corredores, había clubes de corredores y patinadores, todos profesionales y estudiantes, allí conocí a una respetada autoridad militar con quien luego gestioné mi cédula. Inmediatamente me acordé de mi trauma en Panamá y noté la diferencia, hoy me va muy bien. Trabajé dos años en una empresita como supervisor y hoy, a través de esos mismos contactos con gente que lleva un buen ritmo de vida, logré calificar para un puesto de gerente bancario, eso se llama progresar dando pasos firmes y positivos, juntándote con la gente correcta”.



No se trata de negar sus raíces -advierte Ruiz- ni de 'avergonzarse' de ser Venezolano, ni convertirse en chileno, panameño, ecuatoriano o peruano: "Se trata de ser un venezolano humilde, agradecido, voluntarioso, respetuoso, amable y responsable, se trata de ser los mejores venezolanos y no presumirlo".

“Yo me llevé mis gorras, franelas y pulseras alusivas a mi país Venezuela, pero guardaditas. Muy poco las uso para presumir que soy venezolana, todo lo contrario. Agradeciendo siempre a cada persona que conocía y al consejo que me daban. Aquí en Santiago –de Chile- dormimos cinco en un mismo cuarto, en un departamento pequeño de tres habitaciones donde vivimos ocho, de los cuales cuatro somos venezolanos, es muy incómodo, porque sabes que incomodas a los dueños de casa, pero cuando eres humilde y te ganas la voluntad, pasas de estorbo a bendición. Yo aquí hago de todo, aseo la casa, cocino, hago mandados, aporto dinero para la casa y hasta el momento, me ha servido para recibir un trato amable y cariñoso. No soy presumida, porque conozco compatriotas que vienen aquí a presumir, a reírse del chileno, a mirarlos por encima del hombro y se ganan el odio y con razón, porque esa es la mayor desconsideración hacia el país que te abre las puertas”, comenta Wilmary Morales.





El sociólogo Alí Ruiz recomienda “humildad, respeto, agradecimiento, voluntad de trabajo, buen trato, nunca poner mala cara a una sugerencia, nunca mirar mal un plato de comida que te ofrezcan, nunca establecer esas odiosas comparaciones entre lo que me parece ‘chimbo o de mal gusto’ del anfitrión para decir que en Venezuela ‘somos mejores’ porque debes recordar que estás en equis país de inmigrante no por ser Venezuela precisamente lo mejor, estar ubicados siempre, saber siempre cuál es nuestro lugar como inmigrantes y no olvidarlo nunca es la clave”.


 Santiago de León



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